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martes, 27 de enero de 2015

Humanizar la Seguridad, por José María Ruiz Ortega


No existen centros sanitarios ni servicios ni unidades libres de errores profesionales. Hace poco más de un año, en septiembre de 2013, un estudio publicado en el Journal of Patient Safety (1) concluye que los errores médicos provocan 440.000 muertes al año, por lo que son la tercera causa de muerte en EEUU, por detrás de las enfermedades cardíacas y del cáncer.

Nuestro complejo sistema sanitario no permite una análisis simplista de los errores y es hora que empiece a superar esos ajustes etiológicos clásicos e investigar más allá, hacia lo que algunos autores denominan “causa de las causas” (2). La notificación de incidentes, su monitorización, análisis y tratamiento son útiles y se  reconoce que ayudan a atenuar la comisión de errores (significativamente las repeticiones de los mismos), pero no bastan porque no se ha traducido en una mejora general de la tasa de errores.

Creo que hay que traspasar este tratamiento causal sistémico o el basado en fallos humanos. Solo puede conseguirse una atención clínica más segura cuando los profesionales de la salud puedan interaccionar con los pacientes desde una perspectiva que transcienda la enfermedad para centrarse en la persona. Paradójicamente, la creciente medicalización de la vida y sus problemas asociados, inducidos por un sistema de salud estratificado (“cachitología”) de más, “tecnólatra”, hace cada día más insegura la asistencia sanitaria que reciben los ciudadanos. 

Una atención holística y preventiva, en su vertiente cuaternaria, debiera constituirse como la base de la filosofía predominante en los programas de seguridad de los pacientes. Ha quedado constatado que aquellos que contactan con el sistema de salud directamente por el hospital son más propensos a ser víctimas de incidentes y accidentes que aquellos otros que se canalizan a través de la atención primaria. 

Esta visión necesita de una transformación en la formación y modo de actuar de los profesionales, ritmo de cambio que entre todos deberíamos acelerar. Más que centrar el actual modelo en el paciente (aunque considero que nuestro modelo sanitario está organizado alrededor de los intereses institucionales y profesionales) hay que modelarlo en torno a las personas. Hay que darles la opción de participar, de tomar decisiones. 

En más de una década poco se ha avanzado. Como mucho hemos determinado el principio activo que puede mejorar un síntoma pero no el mecanismo de acción que conduce a la génesis de numerosos efectos secundarios. Existe incertidumbre sobre los resultados de las numerosas iniciativas (loables todas ellas) que se han puesto en marcha para la mejora de la seguridad de los pacientes. 

Llamo la atención al poco valor que se le concede a la “no acción” aunque es una herramienta cargada de futuro. Una forma superficial de leer la realidad es considerar como acertado los resultados de actuar de manera obligada. El devenir de esta crisis que estamos viviendo ha realzado la pasividad como una estrategia de alto valor. Consideremos una inacción apasionada, intensa y encendida centrada en la persona antes que en el paciente. Después de todo, y a pesar de un sistema esclerosado, una de las cosas que resultan más efectivas y cuasi revolucionaria, es la pasión con la que el profesional pueda ejercer su profesión y la relación “cara a cara” que establece con la otra persona (su “paciente”). Lo demás es un mediador en el acontecimiento mágico de la relación pasional entre el profesional sanitario y su paciente. No la perdamos; recuperémosla. Por su seguridad; por la nuestra.

La evolución de este devenir “no humanista” (cavernario) será un refinamiento de las tecnologías de control en “dispositivos infalibles” con un sistema cada vez más vulnerable al mínimo accidente de un solo cuerpo. ¿Nos sirve de ejemplo la crisis del ébola?. Un planeta de salud protocolizado y tecnificado puede quedar a merced de un solo cuerpo con un carácter definitivamente letal. 

El entusiasmo inicial por la seguridad de los pacientes fue acompañado por un laberinto mágico en la búsqueda de soluciones para el error profesional. Se pecó de una ingenuidad mayúscula aún a pesar que la adopción de herramientas de otros sectores más seguros (aviación, nuclear, etc.) y la propia cultura de seguridad, en fase más que embrionaria, han logrado que la seguridad de los pacientes sea habitual en los discursos estratégicos de los sistemas de salud. 

La baja adherencia a estos programas, el alcance limitado de las intervenciones y su basamento en una evidencia escasa han hecho que fracasen las estrategias iniciadas, al menos, en términos de resultados. Igualmente podríamos invocar como razones del escaso éxito, las intervenciones dirigidas a hospitales (y no a primaria), a los procesos agudos de la enfermedad y la prevención, por encima de otras, de errores mediáticos o de bulto (lado equivocado, errores de medicación).

Una visión amplia de la seguridad de los pacientes sería aquella que considera los eventos adversos, no como episodios concretos, sino fracasos acumulados durante el trayecto de la persona a lo largo del itinerario de salud. Los profesionales sanitarios entendemos más de problemas evitables que de indicadores o cuadros de mandos. Los esfuerzos estratégicos siguen yendo por esa línea obviando que son mucho más efectivas las pequeñas victorias locales que rellenen la brecha de humanización que impera en nuestros centros, balanceando la evidencia y la experiencia con la búsqueda del conocimiento que conlleve a la seguridad del paciente a través del humanismo, casi siempre relegado. Estamos en un modelo de despotismo ilustrado ya que machaconamente ponemos el énfasis en que todo lo hacemos centrado en el paciente sin contar con él (obviamos sus opiniones, sus expectativas y su experiencia de enfermedad). 

Entre las condiciones de la atención que favorecen la credibilidad se encuentran el compromiso, la empatía (escuchar, comprender sus pensamientos y emociones) y la honestidad (credibilidad profesional). Para encontrarse en un sistema humanizado se requiere poder utilizar la libertad como enfermo, como paciente, como persona y como ciudadano (3). 

Bienvenido el proyecto HU-CI; estimarán vuestros aciertos aquellos a quienes sorprendáis con vuestras novedades. En nuestra actividad podemos decidir entre dos grandes opciones: la de reinventarnos o prepararnos para una lenta decadencia.

Extended el proyecto entre el resto de unidades y servicios.
La seguridad de los pacientes, entonces si se hará efectiva. Lo otro, siendo necesario, aún tiene que demostrarse.

Gracias en nombre de todos los que estamos preocupados por la seguridad de los pacientes. Y enhorabuena. 
José María Ruiz Ortega
Presidente de AEGRIS



Referencias:
1. A New, Evidence-based Estimate of Patient Harms Associated with Hospital Care. J Patient Saf. September 2013 - Volume 9 - Issue 3 - p 122–128
2. Complexity science: The challenge of complexity in health care.  Plsek y Greenhalgh, BMJ. 2001 Sep 15;323(7313):625-8.
3. Humanización en la asistencia clínica oncológica. Javier García-Conde, Ana García-Conde. Psicooncología. Vol. 2, Núm. 1, 2005, pp. 149-156.

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