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miércoles, 24 de febrero de 2016

La frontera, por Raquel Nieto


99 días


Cuando estamos en la UCI, da igual en que hospital, pensamos en la subida a planta como el gran viaje, siempre la subida, aunque estemos en el mismo piso o alguna planta por encima. El pensamiento, de manera voluntariosa, nos indica que la salida está siempre arriba, en lo alto, donde hay ventanas que dan paso al sol.

Porque dudamos muchas veces, a causa de la ausencia de luz natural o de la dificultad que tiene el día para entrar a través de tanta máquina y tanto trasiego que hay siempre en la UCI.
 
Subir a planta, es el gran deseo de todos, el viaje de la vuelta al mundo, porque volvemos, regresamos no sabemos muy bien de donde. Tenemos la sensación de estar en habitación ajena con la maleta a medio hacer a los pies de la cama.
 
Cada día esperamos en la frontera a que validen nuestro pasaporte preparados para cruzar, los nervios hacen que temblemos un poco cuando se abre la aduana y el eficaz responsable y sus ayudantes, empiezan su inspección. Estiramos el cuello, sonreímos, esperamos que esta vez sea la buena, y así, cada día es el mismo y a la vez diferente en la frontera.


Nos peinamos y nos vestimos con nuestras mejores ropas, o eso creemos, pues los espejos se olvidaron y solo tenemos los ojos del compañero para verificar nuestra presencia.
 
Queremos escuchar nuestro nombre, alto y claro, sin dudas y dar un paso al frente, empezar al otro lado, continuar con nuestra vuelta al mundo.
 

2 comentarios :

  1. Bella descripción Raquel. Asi nos hemos sentido muchos de los que hemos pasado por esa misma situación, más o menos prolongada, en una UCI. La huella que nos deja es imborrable. Es como salir de un limbo o un prolongado mal sueño, en el que unas invisibles cuerdas nos manejan cual marionetas. Menos mal que después de atravesar la puerta de salida el camino se vuelve a iluminar.

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  2. Bella descripción Raquel. Asi nos hemos sentido muchos de los que hemos pasado por esa misma situación, más o menos prolongada, en una UCI. La huella que nos deja es imborrable. Es como salir de un limbo o un prolongado mal sueño, en el que unas invisibles cuerdas nos manejan cual marionetas. Menos mal que después de atravesar la puerta de salida el camino se vuelve a iluminar.

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