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jueves, 13 de octubre de 2016

Incertidumbres...por José Ramón Garmendia

 
Suelo decir con cierta frecuencia en mi consulta que “es mejor una mala certeza que la mejor de las incertidumbres…”, fundamentalmente por el desasosiego y la intranquilidad que genera la duda, la indecisión, la disyuntiva, el dilema…, la propia incertidumbre.

Desde que el paciente entra en cualquier consulta, el médico duda. Dudas sobre las expectativas del paciente, sus peticiones, el diagnóstico clínico; dudas sobre si se deben pedir pruebas y cuáles son las más apropiadas, dudas sobre el tratamiento a elegir, dudas sobre la respuesta al tratamiento en cada paciente…, dudas, dudas, dudas. 



En una sociedad en la que la exposición de nuestra realidad, la demanda de respuestas y la inmediatez es moneda de cambio obligada, los médicos debemos reflexionar respecto a las acciones que proponer a nuestros pacientes. La sociedad demanda información (a veces de forma voraz y efímera), acción (no siempre proporcionada o coherente) y hasta reacción (sorprenden las actitudes serenas o pacificadoras). Y tanto sanitarios como pacientes debemos pensar sobre si la realización de pruebas, aporta o no realmente algo positivo sobre su salud. No siempre es así.

Una medicina basada en la solicitud indiscriminada de pruebas diagnósticas, lejos de favorecer un diagnóstico acertado o adecuado, puede confundirnos, además de generar la lógica ansiedad por el resultado desconocido o incierto de la prueba solicitada. Creo que una sencilla pregunta puesta encima de la mesa por parte del profesional sanitario aportaría una dosis extra de luz sobre esta incertidumbre: ¿Qué nos aporta esta o aquella prueba al conocimiento de nuestro estado de salud y a la toma de decisiones posterior? Y es que no está claro que la realización de pruebas diagnósticas tenga “valor añadido” intrínsecamente en cada una de ellas. Desde diversos foros de debate, se pone en entredicho una medicina intervencionista, agresiva y en ocasiones hasta iatrogénica. Pruebas sí, todas las que haga falta, pero sólo eso, las que haga falta.

La consulta debe ser un entorno en el que compartir conocimientos e inquietudes en ambos sentidos. El paciente es el más interesado en recuperar su salud o atajar su miedo a la enfermedad. Y el médico es el principal valedor de dicho camino. 

Profesionales y protagonistas (pacientes) debemos ser capaces de compartir la incertidumbre de los procesos diagnósticos y la decisión sobre las pruebas o pautas a seguir. El médico, desde la luz que le da el conocimiento y el estudio de los procesos de la enfermedad. El paciente, desde la corresponsabilización en la decisión, apoyada en una información sencilla, veraz, adecuada y fácilmente entendible.

Es nuestra obligación como profesionales estar al día en los temas que nos toca abordar. Y es obligación de los pacientes exigir a los profesionales que así lo hagan.

Ninguno somos imprescindibles, pero el esfuerzo por disminuir la variabilidad clínica en función de quién nos atienda, debería ser un objetivo irrenunciable.

La puesta en práctica de estas actitudes son las que facilitarán recuperar y ensalzar la condición humana que compartimos profesionales y pacientes por encima de la tecnificación, necesaria pero de ninguna manera suficiente. 

“Sonríeme, tócame, quiéreme… porque he puesto mi salud en tus manos”.
 
José Ramón Garmendia
Médico de Familia, actualmente en el Servicio de Admisión y Documentación Clínica del Complejo Asistencial Universitario de Palencia

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