99 días
La piel preparada, templada entre las sabanas.
El cuerpo inmóvil, esperando.
La respiración rítmica, profunda.
El amante que no llega, se deja intuir pero no se muestra.
El recuerdo del tacto de otro, dibujando en el cuerpo mundos inventados por ambos, conocidos por ninguno.
El peso del propio cuerpo y su soledad, acompañado por la respiración sin perder el paso.
Fuera los otros, los que se sacuden el sol cada mañana, incluso lo huyen y se cubren.
La espera, que se mide en el deseo y no en el tiempo, la que busca con desesperación el roce suave que no llega.
Detrás de mi cama había una ventana por la que asomaba el sol cada día a mis espaldas, nunca llegaba a tocarme.
Podía imaginar lo maravilloso que sería una caricia del único amante posible en ese espacio, que me colmase, ese rayo de sol caliente, que no tiene más tiempo que el de un único gesto perfecto.
La noche apaciguaba el pensamiento y el deseo, soñaba con nubes y lluvia que generosamente ocultarían a ese sol que no me podía alcanzar.
Fuera era verano.
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