Era una mañana de verano. De esas donde el calor y la humedad del mediterráneo te caen por le espalda desde primera hora de la mañana.
Había quedado con él. Antonio, es anestesista experto en Ventilación pero sin el prestigio de otros, aunque decenas de residentes han aprendido de su maestría. Nos conocíamos y su humildad me impresionaba. Además, ir a ese gran hospital universitario a explicarle un modo ventilatorio al servicio completo suponía todo un reto para mí.
Les instalamos el software de ese modo ventilatorio nuevo, avanzado - como le gusta llamar a las empresas comerciales - sincrónico, perfecto... Pura amplificación del ciclo respiratorio del paciente ajustándose a los cambios de complianza y resistencia pulmonares. Mediciones cada 200 milisegundos…. Buff… Software e ingeniería pura en forma de algoritmo del movimiento del aire en los pulmones.
Juan estaba en la cama. Dormido. Tubo en boca cuando empezamos la sesión teórica al servicio. Apenas 20 minutos. A pesar de la complejidad todos lo entendieron sobre el Power Point que presentamos. Luego fuimos a su box, despertó rápidamente. Me presenté y le explicamos qué íbamos a hacer. Pareció resignarse después de varias semanas de fracasar en la retirada del respirador.
Revisión del estado del paciente, ajustes manuales y “Click”. Activamos el software y con él mis explicaciones de lo que está pasando: “un patrón respiratorio variable ciclo a ciclo, frecuencias un poco superiores que en presión de soporte, volúmenes un poco más bajos, pero el Volumen Minuto sostenido, desaparición completa de dobles y triples ciclados, esfuerzos ineficaces y de cualquier tipo de asincronía respiratoria.
Como tantas veces había comentado: “El paciente suele estar tan cómodo que incluso se han descrito casos de adicción”. Juan no se había perdido ni una sola de mis explicaciones y cuando le preguntaba cómo estaba levantaba rápidamente el pulgar.
Todo iba muy bien, la demostración perfecta, controlamos la situación, el paciente encantado. Después de 30 minutos encaramos el final. “¿Qué hacemos?” pregunté, a lo que Antonio el Anestesista respondió: “Le devolvemos a Presión de Soporte” - entre dudas, pero tomando la decisión conservadora -. Y eso hicimos.
En apenas 1 minuto, todavía en el box lavándonos las manos, Juan golpeó con furia los barrotes de protección de la cama. El estruendo nos giró. Sus ojos rabiosos me miraban furiosos. Su mano temblorosa señaló la pantalla del ventilador y sus hombros se encogieron. Su expresión me decía “¡¿Qué haces?¡” Con el nudillo de los dedos golpeó la pantalla del ventilador señalando algo que estaba allí dentro… Me estaba pidiendo algo.
Rápidamente pregunté: “Quieres que te devolvamos a como estabas hace un rato ¿verdad?”. Asintió con la cabeza. Miré a Antonio que asintió también. Y eso sucedió… marché del hospital sabiendo que Juan respiraba en ese modo perfecto y armónico que emanaba de un mar de algoritmos complejos y microchips que le dejaban confortable.
Otra prueba más que la tecnología humaniza la atención cuando sabes usarla.
@carlescalaf
Historia basada en hechos reales.
Revisión del estado del paciente, ajustes manuales y “Click”. Activamos el software y con él mis explicaciones de lo que está pasando: “un patrón respiratorio variable ciclo a ciclo, frecuencias un poco superiores que en presión de soporte, volúmenes un poco más bajos, pero el Volumen Minuto sostenido, desaparición completa de dobles y triples ciclados, esfuerzos ineficaces y de cualquier tipo de asincronía respiratoria.
Como tantas veces había comentado: “El paciente suele estar tan cómodo que incluso se han descrito casos de adicción”. Juan no se había perdido ni una sola de mis explicaciones y cuando le preguntaba cómo estaba levantaba rápidamente el pulgar.
Todo iba muy bien, la demostración perfecta, controlamos la situación, el paciente encantado. Después de 30 minutos encaramos el final. “¿Qué hacemos?” pregunté, a lo que Antonio el Anestesista respondió: “Le devolvemos a Presión de Soporte” - entre dudas, pero tomando la decisión conservadora -. Y eso hicimos.
En apenas 1 minuto, todavía en el box lavándonos las manos, Juan golpeó con furia los barrotes de protección de la cama. El estruendo nos giró. Sus ojos rabiosos me miraban furiosos. Su mano temblorosa señaló la pantalla del ventilador y sus hombros se encogieron. Su expresión me decía “¡¿Qué haces?¡” Con el nudillo de los dedos golpeó la pantalla del ventilador señalando algo que estaba allí dentro… Me estaba pidiendo algo.
Rápidamente pregunté: “Quieres que te devolvamos a como estabas hace un rato ¿verdad?”. Asintió con la cabeza. Miré a Antonio que asintió también. Y eso sucedió… marché del hospital sabiendo que Juan respiraba en ese modo perfecto y armónico que emanaba de un mar de algoritmos complejos y microchips que le dejaban confortable.
Otra prueba más que la tecnología humaniza la atención cuando sabes usarla.
@carlescalaf
Historia basada en hechos reales.
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