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sábado, 23 de abril de 2016

Ser médico no era esto en los dibujos animados

 
El médico está detrás de la mesa, que hace de frontera blanca tras un muro de papeles. Y ellos pasan de un lado a otro de la pared. Ellos son una ola que son espuma que son todo el tiempo todo el rato. Porque ellos son, y él lo sabe. Son todas esas personas que el sistema disfraza de enfermedades. Gente que cae sobre la silla vieja como caían las hojas de aquel libro con nombre de gárgara que acaba golpeando sobre el lavabo. Las horas en la pared y un reloj como condena, demasiados pacientes para pocos segundos. La batalla perdida y las palabras repetidas. Ser un robot dado que ser médico no era esto en los dibujos animados. Pero es feliz, como feliz es el artificiero que desactiva una bomba. Se sabe prescindible pero casi necesario. En el casi suele estar la diferencia, como en el amor de dos casi desenamorados. Y ellos pasan por la silla, hola qué tal, cómo se encuentra, le veo desanimado. Todos los días iguales en el calendario. Desde la urgencia. Desde la silla. Desde que algo ha cambiado. La epidemiología de la vida es la tormenta que se repite todos los años. Ahora invierno, ahora verano. No se levanta al servicio, apenas recuerda que detrás de la esquina, girando a la derecha, también ellos disfrutan de cuarto de baño. Sabe que en la sala de espera hay historias, estornudos, fiebre, un par de silencios y esa señora mayor que viene por ese tipo de hematomas que uno solo se hace cuando cae sobre un puñetazo. Nada es tan fácil como un que pase el siguiente para hacer gota malaya sobre la conciencia. Ahí se va uno, ahí se va otro, fluye un río de gente que abandona la consulta para sumarse al miedo por lo hecho del que no aprieta bien los tornillos en el trabajo. ¿Esto es un trabajo? Buena pregunta para días de sol, ¿qué era esto? La medicina tipo test siempre se queda corta para lo que en realidad está pasando. Todas son falsas, salvo que digan lo contrario. La tarde cae por la ventana y el sol se hace una sombra para fumarse un día más en el calendario. El humo, siempre el humo delata a los indios. Y él se pone de pie sintiendo un hormigueo en el brazo. Apaga las luces, cuelga la bata y observa el vacío hasta la mañana siguiente. Cierra la puerta y camina hacia la luz de una farola ahí fuera. Y ese hormigueo se hace dolor reconocido, casi patognomónico, y tiene miedo antes de saberse al otro lado.
 
 

 

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